domingo, 29 de noviembre de 2015

'Life', la continuidad de James Dean


"No puedo cambiar la dirección del viento, pero sí ajustar mis velas para llegar siempre a mi destino"


James Dean desconocía que su destino era morir en la carretera y convertirse en un icono cultural para las generaciones venideras. Lo que sí sabía era que la vida es corta y no merece la pena desperdiciar el tiempo intentando ser alguien que no eres en realidad. Esta naturalidad, sumada a una carisma innata, hicieron del malogrado actor un mito. Sin embargo, no estuvo solo. El famoso fotógrafo de estrellas hollywoodienses, Dennis Stock, contribuyó en gran medida a su éxito. Quiso hacer algo más que observarle desde la distancia, en alfombras rojas o tras las cámaras del rodaje de sus películas. Se acercó a él y se esforzó por mirar más allá de su carácter irascible y su mirada atormentada. Y es que, bajo una aparentemente imperturbable coraza de rebeldía, Dean escondía una sensibilidad desbordante y un corazón puro que Dennis logró plasmar en sus fotografías.



                                   Life (2015)

Esta corta pero intensa relación entre James y Dennis ha sido bellamente representada en la película Life (2015) de Anton Corbijn. Bien es cierto que es una cinta, en principio, para un público reducido, aquel que ama a James Dean y se siente feliz cada vez que revive, aunque sea a través de los actores que le interpretan -Dane DeHaan, en este caso-. Con esto quiero decir que para los que no conocen mucho acerca de Dean y el cine de los 50, Life puede resultarles algo lenta y difusa. Es cierto que no se profundiza demasiado en la vida de Jimmy y que el espectador que desconozca los detalles de su tortuosa infancia y hasta de su fatal desenlace, se quedará con ganas de saber más. Para ello, recomiendo no solo ver las tres obras maestras de Dean -'Al este del Edén, 'Rebelde sin causa' y 'Gigante'-, sino también el biopic sobre el actor de Indiana, James Dean (2001), protagonizado por el genial James Franco.

James Dean (2001)

Disfrutad y... vivid.

domingo, 22 de noviembre de 2015

Cómo sobrevivir en el gym


Ir al gimnasio tiene muchas ventajas: te sientes realizado, estrenas mallas y te dan una tarjeta chula que guardas en la cartera para aparentar ser sano y deportista. A simple vista, parece que no hay nada que pueda fallar, pero el gimnasio es todo un ecosistema en el que no es fácil sobrevivir. Estas son algunas de las razones que pueden causar tu extinción en el universo de las pesas y las clases de aeróbic:

1. Las máquinas
La película 'Yo, Robot' retrata muy bien la lucha entre humanos contra máquinas. Pero, si hay unas máquinas temibles, esas son las del gimnasio. Ellas son las que marcan el principio del fin. Incluso en tu primer día de gym pueden dejarte por los suelos. Con sus cientos de botones, más que los de una nave espacial, harán que pierdas la cabeza y hagas el ridículo a partes iguales. Tendrá que acercarse a ti un monitor para decirte, con expresión de vergüenza ajena, que para que se encienda la pantalla de tu bicicleta elíptica no tienes que pulsar todos los botones como un poseso en busca de una clave secreta. No, amigo, la única cosa que tienes qué hacer es... pedalear. Ah, e intentar no caerte de la cinta de correr, claro.


2. El juego del "Yo soy más fuerte"
Da igual si eres chico o chica: siempre intentarás de aparentar. Quieres fortalecer bícpes, tríceps y todos esos músculos que riman entre sí, por lo que decides hacer pesas. Empiezas suave, pero ves a tu alrededor como el resto de 'deportistas' levantan el triple de peso que tú y te miran con lástima. No quieres ser menos que ellos ni tampoco quedar mal delante del monitor -o monitora- guapo de turno, así que aumentas el peso. ¡Perfecto! Has conseguido impresionarles a todos, pero también una contractura en los hombros y el premio al idiota del año.

3. El ritmo se lleva en las venas (pero tú no)
Hay personas que tienen gracia, otros que lo intentan y después estás tú, que hasta Pikachu borracho baila mejor que tú. No sabéis lo frustrante que es llegar a clase de Zumba, ataviada con tus mejores galas deportivas y tu Ventolín para no asfixiarte, comenzar a bailar, intentando seguir los pasos del profesor, y acabar dándote cuenta de que hasta las ancianas de la última fila parecen salidas de un videoclip latino si se comparan contigo. En serio, no es fácil.


4. Antes muerta que sencilla
En el gimnasio aprenderás a odiar a algunos tipos de personas. Primero está el grupo de los repelentes, esos pesados que conciben el gym como un espacio para hacerse pasar por relaciones públicas, un lugar donde hablar y preguntas cosas absurdas a todos, además de pelotear a los monitores y tratar acaparar el protagonismo de sus clases. Odioso, ¿verdad? Pero aún más odiosas son esas personas que parecen salidas de un catálogo de Abercrombie. Sí, me refiero a esos chicos a los que sudar les sienta de maravilla y a esas chicas a las que no se les mueve un solo pelo de su coleta cuidadosamente peinada. En cambio, cuando acabas tu clase de spinning, te sientes como si acabaras de librar una batalla de la Segunda Guerra Mundial, con las rodillas doloridas y el pelo en tu cara que, por cierto, está sudorosa y más roja que la manzana de la portada de 'Crepúsculo'.

5. La piscina, ese mundo por descubrir
Pero no todo van a ser clases de aeróbic, bancos de pesas y profesores de pilates que te obligan a estirarte hasta que tu columna vertebral se parta en dos. La piscina y el spa forman también parte de este peligroso ecosistema y tú piensas que por fin podrás relajarte haciéndote unos largos a mariposa -más bien a estilo perrito- y relajándote bajo los chorros del balneario. Sin embargo, tu visita al mundo marino del gimnasio puede ser también terrorífica. Ya no es solo que habrá nadadores que te hagan sentir como una tortuga marina al pasar a tu lado invadiendo tu calle de la piscina ni que te sientas marginado en una sauna en la que todos entran acompañados para charlas al calor del vapor, sino que tienes que ponerte el gorro. Y a NADIE, ni siquiera a Beckham, le sienta bien un gorro de piscina. Y si además tiene la melena de Mufasa, como yo, prepárate para parecer un completo alien con tubérculos en tu cabeza al ponerte ese gorro de goma que con tanto cariño has comprado.
¿De verdad os imaginabais así?

Ahora ya sabes que no es fácil sobrevivir al gimnasio. Muchos han perecido en el intento y otros se conforman con hacerse fotos de postureo-runner. No obstante, si quieres, puedes. De verdad. Simplemente tienes que tener fuerza de voluntad, perder la vergüenza y sonreír a pesar de que sientas (otro) calambre en la pierna o de que hasta un palo hace mejor aeróbic que tú. ¡Ánimo!

lunes, 9 de noviembre de 2015

Sobre ir al cine solo



Te mueres por ver una película súper freaky y nadie te quiere acompañar al cine. Tus amigos te evitan, tu novio/a te pone excusas y hasta tu hermano pequeño no se deja comprar por una bolsón de gominolas. Te resignas a esperar a que la peli salga en DVD, Blu-Ray o esté disponible en Internet para así poder verla mientras meriendas un kilo y medio de helado de stracciatella y una bolsa tamaño familiar de patatas fritas con sal. Pero en el fondo sabes que nada será igual. No quieres esperar y no quieres verla desde el mísero sofá, sino que prefieres contemplar a tu actor favorito en una pantalla de cinco metros y con un equipo de sonido profesional. Amigo... has de asumir que deberás hacerlo solo.

   

Yo no había ido al cine sola jamás, pero hace unos días decidí probarlo por puro placer. Vale, tampoco sabía a quién podría arrastrar para ver los ritos satánicos de Regresión, pero de veras que me apetecía experimentarlo de una vez por todas. Tengo que decir que no fue una experiencia traumática y que esa noche pude dormir tranquila. De hecho, no descarto repetir el 'experimento' porque creo de verdad que acudir al cine solo tiene más ventajas de las que se cree.

El primer punto que destacaría es la libertad de organización. Puedes salir de casa a la hora que creas conveniente, sin sufrir las consecuencias de la falta de puntualidad de algunos de tus amigos. Por ejemplo, yo soy de las que les gusta entrar antes a la sala para escuchar unos minutos de la música que ponen (normalmente, canciones de Nek y de Anastacia) mientras me acomodo, reírme con los anuncios publicitarios (y del patito que se choca con el logo de Cinesa, todo hay que decirlo) y enterarme antes que nadie de los estrenos de otras películas gracias a los tráilers a todo volumen.

Una vez que estás sentado en tu butaca, puedes disfrutar de la experiencia mística de aspirar el aroma a palomitas que invade la estancia, cerrando los ojos y estirando las piernas sin necesidad de dar explicaciones a tu compañero ni de escuchar sus avisos del tipo "Eh, que empieza la peli, apaga el móvil". Creedme cuando os digo que SIEMPRE silencio el móvil y no necesito advertencias. Al menos, no desde que a los quince años viendo Hancock toda la sala se rió de mí cuando mi móvil interrumpió la emotiva escena final con la risa de Shin Chan.

Las luces se apagan y tú abres la bolsa de palomitas sin pudor. Estás solo y todos los nachos son para ti. Olvídate de la incomodidad de tener que mantener el brazo extendido para que tu compañero pueda coger patatas o chucherías. Tampoco le escucharás sorber la Coca-Cola ni masticar el regaliz. Solo estáis tú y tus palomitas.

        

La película comienza y estás solo, pero también libre. Sí, libre para reír sin necesidad de sentirte estúpido cuando tu amigo no se ríe contigo y libre para llorar sin temor. Porque los sensibles como yo sabréis que no hay nada más incómodo que tratar de contener las lágrimas, que hacen que los ojos te escuezan y la cara te arda del esfuerzo. Incluso podrás permitirte el lujo de emitir el 'suspirito' final del llanto. Sabéis a qué me refiero, ¿no?

Transcurren los minutos de metraje hasta que la película llega a su fin. Los créditos aparecen y tú puedes disfrutar de ellos sin un amigo insistente que empieza a recoger sus cosas antes de tiempo y te empuja para que os vayáis a pesar de que casi todos siguen en sus asientos. Tú estás solo y ves cómo las parejitas y los grupos de amigos se ven obligados a comentar la película, a determinar si es buena o mala sin ni siquiera haber tenido tiempo de digerirla. Solo tú dispones de la suerte de reflexionar sobre ella, de forjar una opinión en tu interior, de razonar por qué la película en cuestión te ha maravillado o te ha parecido la mayor chorrada nunca vista. Nadie te influencia y posees todo el poder.