martes, 15 de septiembre de 2015

Dime cómo tratas a los animales y te diré quién eres


De nada han servido las manifestaciones ni los hashtags. Hoy, Tordesillas se ha teñido de sangre un año más, una sangre símbolo de la barbarie disfrazada de 'tradición'. A Rompesuelas le han arrancado la vida en apenas veinte minutos a golpe de lanza y nadie ha podido evitarlo. Gran parte de la sociedad grita contra una salvajada que practican unos pocos cobardes y que justifican algunos políticos aún más cobardes. Si amar España significa llamar arte a la tortura, yo prefiero amarla de una forma distinta.

No le veo el sentido a intentar convencer de que la tauromaquia y fiestas como el Toro de la Vega deben erradicarse. Es como si, en pleno siglo XXI, tratase de argumentar por qué la esclavitud es mala o por qué no se debe maltratar a una mujer. Los cavernícolas que apoyan esta vergüenza no van a entrar en razón y la única solución que veo factible es exigir una solución efectiva: la eliminación de estas prácticas por parte de los de arriba, alcaldes, presidentes y políticos en general.

Decía Mahatma Gandhi que dice mucho de una civilización la forma en la que trata a los animales. España ni siquiera es una civilización. Y no, no me sirve la demagogia barata de los que creen que no merece la pena quejarse de la muerte de un toro habiendo personas sin trabajo en nuestro país o niños africanos que se mueren de hambre. Una cosa no es incompatible con la otra y, posiblemente, aquellos que defienden con pasión la libertad de los animales están más sensibilizados que muchos otros con distintas causas sociales. La vida de un animal no tiene por qué situarse en un pedestal inferior a la de los humanos. El movimiento animalista siempre lo ha advertido, aunque no muchos les han hecho caso. Y, ya que los animales no pueden defenderse por sí mismos de este peligro ajeno a la naturaleza, tendremos que hacerlo nosotros.


Viñeta de Forges para El País (15/09/2015)