sábado, 22 de agosto de 2015

El miedo

Llegamos al mundo entre gritos y llantos, presas del miedo. Dicen que durante nuestra infancia desaparece y por eso jugamos con enchufes y nos perdemos en los recovecos más peligrosos de nuestra casa. Pero el miedo sigue presente incluso en la etapa de los dientes de leche, pues nos acechan temores como que nuestra madre no nos coja en brazos, que nos quiten el chupete, el primer día de colegio o el sabor del puré de calabacín.

A medida que vamos creciendo, el miedo es aún mayor. Está el miedo a no encajar y el miedo a nuestro propio cuerpo. Tenemos miedo de lo que piensen los demás y de que nuestros padres no nos comprendan (o de que traten de comprendernos demasiado). Hay miedo hacia las matemáticas y miedo a que cierta persona no nos conteste a los SMS. Nos da miedo el acné, los kilos de más y el cabello encrespado los días de lluvia. Tenemos miedo al primer cubata y a que los chicles de menta no disfracen el olor a vodka barato. Empezamos más seriamente a tener miedo de la vida.

Cuando éramos niños, veíamos a nuestros padres, tíos y profesores como auténticos héroes (y heroínas) a los que nada malo les podía suceder. Al fin y al cabo, son mayores, y los mayores nunca lloran ni tienen miedo. Llega el día en el que las velas de nuestra tarta indican que ya somos adultos y, por tanto, seres fantásticos que no temen nada y para los que la vida es un sencillo videojuego. Y es en ese momento en el que nos damos cuenta de lo equivocados que estábamos. La etapa más terrorífica no ha hecho más que comenzar.

Pensadlo. ¿Cuántas cosas os inspiran miedo? Y no me refiero a las películas de terror y al sabor del puré de calabacín (efectivamente, ese miedo nunca desaparece). De lo que hablo es de todas esas cosas que nos hacen retroceder, que impiden que alcancemos nuestras metas y crezcamos como personas. Está el miedo a fracasar y a no dar la talla. El miedo al futuro y el miedo al pasado. Miedo a una entrevista de trabajo. Miedo a que no tener una entrevista de trabajo. Miedo a la báscula. Miedo a defraudar. Miedo a la humillación. Miedo al miedo. Miedo a abandonar la comodidad de una relación que no va a ningún sitio. Miedo al compromiso. Miedo a resultar indiferentes. Miedo a que no guste nuestra foto principal de Facebook. Miedo a los nuevos sabores. Miedo a luchar por nuestros ideales. Miedo por no tener claros nuestros ideales. Miedo a que no piensen como nosotros. Miedo al rechazo. Miedo a ser diferentes y miedo a ser iguales. Miedo a coger un avión. Miedo a nuestro propio hogar. Miedo a mirar a los ojos y miedo a reír ruidosamente. Miedo a abrir nuestra mente. Miedo a debatir, a discrepar y a cambiar de opinión. Miedo a otras culturas. Miedo a saber. Miedo a decir adiós. Miedo a conocer. Miedo a cerrar capítulos de nuestra vida. Miedo a pronunciar mal un idioma. Miedo a que nos escuchen cantar. Miedo a envejecer. Miedo a llorar. Miedo a dañar con la sinceridad. Miedo a hundirnos en la diplomacia. Miedo a otras razas. Miedo a perder y miedo a ganar. Miedo a los cambios. Miedo a los retos. Miedo a ser nosotros mismos.

La vida es fugaz y esto no es una frase cursi de las que decoran agendas. El tiempo es demasiado escaso como para malgastarlo en sentir miedo. Debemos librarnos de las ataduras y luchar por nuestros objetivos. Debemos hacer lo que nos dé la gana. Hemos de convertirnos en esos héroes mayores que no saben lo que es el miedo o, al menos, se las apañan para esquivarlo.


Mr. Nobody (2009)