miércoles, 28 de marzo de 2012

Gallardón explica como ser una "mujer auténtica".

Puede parecer un titular cómico, una parodia, algo inventado. Sin embargo, no se aleja tanto de la realidad como quizá creáis.

Ayer se sembró la polémica en las redes sociales a causa de las declaraciones que el ministro de Justicia emitía en el Senado: "La maternidad libre hace a las mujeres auténticamente mujeres".

Lo cierto es que, al menos hoy, no me voy a adentrar en la cuestión del aborto. Hay personas que lo secundan mientras que otras están en contra. Opiniones necesarias y respetables. Lo que no es necesario ni respetable ni válido es utilizar dudosos, incoherentes e incluso machistas argumentos. Toda opinión bien fundamentada es válida, pero respecto a este tema tan controvertido he escuchado todo tipo cosas.
Lo que tampoco es válido es utilizar el "truco" de alabar hasta la saciedad la maternidad como hace Gallardón. Y, sin duda, lo que no se puede consentir son frases como la "perlita" que hizo arder ayer las redes sociales. ¿Acaso las monjas no son auténticas mujeres? ¿Y cualquier fémina que no tenga hijos tampoco? ¿Yo no soy una auténtica mujer? ¿Qué somos entonces? ¿Especies de transición entre mujer y qué se yo?

Realmente quiero pensar que el señor Gallardón emitió estas palabras a causa de los nervios, intentando defender su causa y confundiéndose de tal forma que hizo que en su boca muriera más de un pez. Quiero pensar que se explicó mal, que trató de destacar la belleza y el valor de la maternidad y la importancia de la mujer como creadora de vida. Quiero pensar muchas cosas, aunque al no ser la primera vez que declaraciones de Alberto Ruiz-Gallardón alimentan el fuego  de la crítica social y por parte de los medios, me da qué pensar. A veces, al abrir un periódico nos encontramos noticias de escaso valor novedoso y de interés público, noticias que reproducen tal cual las palabras emitidas por el político de turno frente a la prensa. Algunos políticos (u otros personajes públicos) realizarán estas controvertidas declaraciones sin darse cuenta (errar es de humanos) o porque es lo que realmente creen y sienten, pero creo que la mayoría se limita a exponer frases descabelladas que causen polémica al instante y mediante el efecto dominó se extiendan como la pólvora en redes sociales como Twitter. ¿Qué importa si esto mancilla su reputación? Su nombre aparece en los hashtags, y eso es lo que cuenta. Hay un Trendin Topic en su honor, ¿qué más da que esté lleno de críticas? Está ahí, visible en la red, difundido de boca en boca y de retweet en retweet, lo que aviva la fama del personaje en cuestión. Lo que importa es que sus palabras han salido en la prensa, y esta a su vez ha llegado a miles de ciudadanos que, enfurecidos, irónicos o desconcertados, no dudan en comentar el "tema del momento". ¿Lo peor? Que la prensa pica, cae en las redes de estas artimañas "busca-fama" y difunde información de dudoso valor periodístico. Y a su vez, los ciudadanos de a pie continúan contribuyendo a la planificada estrategia del protagonista de la polémica: llamar la atención, impactar y no ser olvidado.

Y es que parece que realmente no importa lo que digan de ti mientras escriban bien tu nombre.


Firmado: Lidia.

jueves, 22 de marzo de 2012

#JuevesLaico

Sin duda, para que un país prospere es esencial que se constituya sobre una economía fuerte, una óptima calidad de vida y una política responsable. Pero además de ello, es importante que la sociedad esté regida por los valores del respeto y la tolerancia. Si se desea ser amigo de los derechos fundamentales, estos dos valores han de ser mimados y estar garantizados para todos.

He querido hacer esta introducción para sentar las bases del tema que voy a tratar brevemente: las manifestaciones ateas del Jueves Santo. Sé que es un tema controvertido, pero me parece muy interesante y aún más conocer nuevos puntos de vista sobre él. No obstante, mi opinión de momento no varía y se sitúa en una línea muy clara. Aunque de momento estas manfiestaciones no podrán realizarse debido a una prohibición emitida por el Gobierno, sus propios organizados han explicado que si no se les permite manifestarse, lo harán si es necesario por la vía ilegal. Pese a los muchos fallos de Gobierno, he de decir que en este caso creo que han acertado con dicha prohibición y apoyo su decisión. ¿Por qué? Intentaré explicarlo en pocas palabras. Manifestarse, al igual que hacer huelga (como ya hablamos en la anterior entrada del blog, "Huelga del 29M: el derecho impuesto") es un derecho. Todo ciudadano que quiera manifestarse para defender algo en lo que cree, puede hacerlo. Es más, debe hacerlo. Los ciudadanos debemos analizar el panorama político, debemos protestar de las acciones que no consideramos adecuadas por parte del sistema, debemos disentir y debemos manifestar nuestro rechazo. En eso creo que la mayoría estaremos de acuerdo. No obstante, creo que los derechos deben ejercerse de una manera responsable. Respeto profundamente el deseo de todo ateo que quiera manifestarse para protestar por los beneficios que recibe la Iglesia, es lógico. Pero, ¿es necesario que sea el Jueves Santo?

El Jueves Santo es una de las fiestas más importantes para los católicos, una fecha que, sin duda, marcan en rojo cada año en su calendario. Al igual que todo el mundo tiene derecho a manifestarse, también todas las personas tienen el derecho de la libertad de pensamiento y creencia. A mi parecer, esta manifestación implicaría algo innecesario: enfrentaría a la sociedad, la dividiría aún más. Me parece una auténtica provocación, pues si lo importante de la manifestación es la causa que se defiende, ¿por qué no hacerlo un día cualquiera? Sin duda, para generar polémica y tener más resonancia. Pero si para que la idea que se defiende tenga más eco es necesario ofender, no sé si sirve de mucho que tenga tanto protagonismo. Y uno de los problemas que veo es la confusión entre religión e iglesia. El Jueves Santo está dedicado a la religión, a las personas que tienen fe en Dios, a la creencia en sí. El Jueves Santo no está dedicado a la Iglesia ni contra lo que luchan estas manifestaciones ateas. Los cristianos que celebran el Jueves Santo con ilusión no son culpables de los quizá excesivos privilegios de los que disfruta la Iglesia. Son cosas totalmente independientes. Además, me resulta bastante gracioso que aquellos que tienen o tenían intención de manifestarse celebren la Navidad, Semana Santa, la Virgen del Pilar o cualquier fiesta del calendario cristiano.

Y que quede claro que yo no arremeto contra las manifestaciones como tales y la causa que defienden, sino que critico la forma de llevarlas a cabo, la "necesidad" que parece existir de ocupar el Jueves Santo con dichas protestas y no cualquiera de los 364 días del año restantes.

Por último, aunque sé que no son casos iguales, me gustaría recordar las manifestaciones del 11M contra la reforma laboral, aquel día dedicado para rendir homenaje a las víctimas del fatídico atentado en el que dejaron su vida en las vías del tren cientos de personas. Aquel día en el que debería haber reinado la paz y el silencio, pero de fondo se oían los pitidos y los gritos de los que luchaban contra la reforma laboral. Sé que su intención no era mancillar el recuerdo de las víctimas y que simplemente querían defender lo que creían justo, pero hacerlo el 11 de marzo a pesar de los ruegos de las asociaciones de víctimas me parece de muy mal gusto. ¿A qué se debe esta preferencia por situar ciertas acciones en determinados días? En mi opinión, para atraer flashes, para tener protagonismo y conseguir ser un fenómeno mediático. Así se vio en el 11M, cuando los sindicatos (y no las víctimas) ocuparon las portadas de los periódicos. ¿Qué sucederá en el Jueves Santo? No nos queda demasiado para saberlo...


Hay diversas opiniones sobre este tema y todas son igual de respetables.
La mía es esta. ¿Y la tuya?
Participa en la encuesta y/o escribe un comentario. ¡Tu opinión importa!



Firmado: Lidia.

sábado, 17 de marzo de 2012

Huelga del 29M: el "derecho impuesto"

Pitidos, pancartas, lemas... Estos son los ingredientes del plato que está hirviendo en España.
Una polémica reforma laboral se ha traducido en estos últimos meses en multitudinarias protestas en las calles; calles surcadas por aglomeraciones de personas que muestran su rechazo hacia dicha reforma.

Según sus creadores, el único objetivo de la reforma es crear empleo. Sin embargo, parece que millones de españoles no están de acuerdo. Yo no me incluyo. Siendo franca, he de reconocer que no he analizado a fondo los puntos de la reforma, pero no me parece tan maligna como muchos sostienen. Al menos, no en todos sus puntos. En mi opinión, es importante que se incentive y beneficie también a los empresarios y no sólo a la "clase obrera". El empresario es una figura constantemente desprestigiada y demonizada, parece que al nombrarlo estamos hablando de Botín o millonarios que explotan a sus empleados, pero no es así. También es empresario el dueño de la humilde tienda de comestibles de la esquina. Y, a decir verdad, creo que muchos autónomos se han sentido desamparados en numerosas ocasiones, e incluso han perdido ingresos (o más drásticamente, se han arruinado) porque alguno de sus empleados decidió "chupar del bote" (una expresión que me parece muy fea pero que me veo obligada a decir). No es mi intención exponer durante un largo rato mi postura respecto a la reforma laboral, porque lo cierto es que no se sitúa en ninguno de los extremos. Hay empresarios explotadores y los hay que simplemente desean sacar su negocio adelante honradamente, al igual que hay trabajadores que presionan a sus "jefes" acogiéndose a no se qué leyes y empleados que trabajan adecuadamente para llevar una vida digna. Aunque creo que ya es hora de que se preste atención a empresarios y autónomos, máximos generadores de riqueza en nuestro país, eso no debe en ningún momento degradar los derechos de los trabajadores por los que se ha luchado desde la Revolución Industrial. Simplemente debe constituirse un clima de trabajo adecuado en el que empresario y trabajador mantengan una relación de respeto y ambos sean fieles a sus "contratos": que el empleado realice bien su trabajo y que el empresario le otorgue la remuneración correspondiente.
Oh, inciso... me disculpo. No he podido evitar explayarme un poco al exponer mi opinión. Pero realmente, el tema principal de esta entrada no es la reforma laboral en sí misma, sino la Huelga general del 29 de marzo.Derecho a manifestarse, derecho a hacer huelga, derechos. Es fundamental que estos derechos sean respetados. Los sindicatos convocaron en recientes manifestaciones (realizadas el 11 de marzo, día de conmemoración y recuerdo de las víctimas del atentado terrorista "11-M") una huelga general para el próximo día 29. Me parece perfecto que quien secunde esta huelga, la lleve a cabo. Me parece muy adecuado que quien desee mostrar su rechazo a la reforma laboral decida no ofrecer sus servicios el día 29 de marzo. Me parece correcto que las personas puedan ejercer su derecho a huelga libremente.
Pero, ¿qué sucede con los que no son partidarios de la huelga?
Me desagrada que una huelga general fuerce a todos a realizarla. Hay personas que sí están de acuerdo con la reforma laboral y, por tanto, no quieren manifestar ningún tipo de rechazo hacia la misma por medio de huelgas y manifestaciones. También hay personas que, aunque puede que no apoyen a dicha reforma, no sean partidarios de cesar sus servicios en plena crisis. Hacer huelga supone la pérdida de los ingresos de todo un día, y eso ha de ser una elección libre.

La huelga es un derecho, no una obligación. No obstante, toda persona que elija desempeñar su trabajo el 29M será víctima de recriminaciones, agresiones o desperfectos en su comercio. Por tanto, de una manera o de otra, lo que por definición supone un derecho para toda persona, se transforma en una obligación.

Este panorama se repite con cada huelga general convocada, independientemente de lo que defienda. La cuestión es que no se está respetando la libertad, y realmente es una cuestión de la que se habla poco y que a mí me desagrada enormemente.

Eso hace, a mi parecer, que la causa por la que batalla esta huelga pierda sentido, sea cual sea.


Se reivindican unos derechos mientras se mancillan otros. Paradójicamente real.



Firmado: Lidia.

sábado, 10 de marzo de 2012

Para aquellos que dudan del Periodismo


No es difícil escuchar críticas. Críticas sobre todo y sobre nada. Críticas, al fin y al cabo.
Uno de los temas que parecen más atractivos para convertirlo en víctima de esta práctica es el Periodismo.
Cientos y miles de dardos envenenados se dirigen a la nuca de los periodistas, los únicos que no parecen hacer bien su trabajo.
Muchos identifican la prensa con un agujero negro que absorbe el mundo hacia las cenizas, hacia el polvo, hacia la nada.

Pero, ¿por qué razón la profesión periodística es demonizada?

A pesar de que, si Dios quiere, en un futuro me dedicaré a esta profesión con la que llevo soñando desde que jugaba a las muñecas, he de reconocer que el periodismo se ha ido degradando poco a poco.
En lo que llevo de curso, parece que muchos profesores se empeñan en sacar a relucir los defectos de esta profesión y de augurar un futuro desastroso para aquellos infelices que se atrevan a ejercerla. Sin embargo, aunque no comparto en absoluto esta visión catastrófica y pesimista (ya que, el pesimismo no lo comparto en ninguno de sus estados), hay ciertos puntos que me causan cierta tristeza y nostalgia por aquella época dorada en la que el periodista era "el guardián", un héroe capaz de enfrentarse a las noches de luna llena sediento de información que entregar con satisfación a sus lectores.

Como bien dice uno de mis profesores, muchos periodistas ya no son "cerditos truferos", no patean la calle. Y digo muchos y no todos (por si acaso alguien se ve tentado de generalizar, la práctica más atractiva y equivocada que existe). Pero para qué mentir, Internet nos ha brindado todo tipo de oportundiades y ventajas, pero también ha hecho más comodos los sillones y butacas, consiguiendo que muchos periodistas permanezcan en sus casas recopilando y difundiendo como robots información ya obtenida y masticada por otros. Y, sin duda, esto es un gran error, un periodista no debe encerrarse en el mundo offline y olvidarse de desgastar las suelas de sus zapatos en busca de testimonios reales y cercanos con los que elaborar información de una calidad de cinco estrellas.

Esa tendencia a desarrollar la labor frente a la pantalla de un ordenador ha desprestigiado la profesión, extendiendo la creencia de que los periodistas ya no son activos, que su trabajo apenas tiene utilidad pues son meros recopiladores de información. Qué poca razón tienen esas palabras...
Como ya he repetido centenares de veces, que precisamente la infomación brote como los tréboles en Irlanda a nuestro alrededor no quiere decir que ya estemos informados. Precisamente la importancia de la figura del periodista ve acrecentada su importancia, pues su responsabilidad aumenta al tener que ordenar, analizar, desechar, seleccionar, interpretar y difundir la información que encuentra por todos los rincones de la red y, sobre todo, de la calle.
Además, aunque no cabe duda de que "salir a la calle no está de moda", insisto en que hay que evitar la tendencia a generalizar, pues considero que al hacerlo se está invisibilizando y ofendiendo a aquellos periodistas que sí se implican con lo que hacen, que aman su trabajo y que se entregan en cuerpo y alma en la búsqueda de jugosas noticias de interés general que no sólo informen, sino que alimenten.

No obstante, esta decandencia que parece estar sufriendo el periodismo parece verse paliada por la situación mundial y actual. Ya lo han dicho muchos medios: El 2011 ha sido el año de las revoluciones. Y, coincidiendo con TIME, "el manifestante" ha sido la persona del año. 15-M, la Primavera Árabe o la ocupación de Wall Street son algunos ejemplos del despertar de una sociedad que decide no conformarse con ver como el sistema degrada sus derechos y sale a la calle para protestar por su causa. Ante esto, la figura del periodista se encuentra con la ardua tarea de integrarse en estos movimientos para realmente comprenderlos y transmitirlos al público. El periodismo humano y los corresponsales en países en situaciones alarmantes son algunos ejemplos del "rescate" que puede estar viviendo la profesión. Me explico: ante la figura del periodista autómata que teclea frenéticamente las teclas de su portátil recopilando datos de las agencias de noticias revive la concepción romántica del periodismo, el héroe que sale a las calles y se arriesga para llegar al núcleo del tema, para conseguir la auténtica verdad de los hechos, para recoger experiencias. Creo que esto está lavando de alguna manera la enturbiada imagen de la profesión pues, realmente sin la labor de los periodistas, las luchas de la plaza de Tahrir o las manifestaciones en Sol no traspasarían las fronteras de los países y la causa local no se transformaría en una lucha global.

Por citar algún ejemplo, me gustaría destacar a Marie Colvin, periodista estadounidense que entregó su vida a los disparos y bombardeos de Homs a cambio de contar al mundo las injusticias y horrores que se vivían en la zona.

Lara Logan es otro ejemplo del tradicional "periodista intrépido y valiente", pues no tuvo miedo de viajar a Egipto para informar de la cruda realidad oriental y de la lucha que llevaban a cabo los ciudadanos. Sin embargo, a duras penas pudo ejercer su trabajo, pues sin previo aviso fue atacada por cientos de rebeldes que la violaron masivamente. Tras este horror que vivió la periodista, permaneció cuatro días hospitalizada, aunque las heridas del recuerdo jamás se curarían.

Estos sólo son algunos ejemplos de periodistas que arriesgan su vida por conocer mejor el mundo y poder enseñárnoslo a todos. ¿Merecen, por tanto, que se desprestigie, critique y demonice la profesión por la que han entregado su vida y su alma?

Por tanto, aunque solamente existiera en el mundo un sólo periodista que se recorre las calles y se expone a multitud de peligros; sólo por él, hay que guardar el máximo respeto hacia esta profesión. Un poco de empatía y sentido común, por favor.





Firmado: Lidia

lunes, 5 de marzo de 2012

Aunque resulte difícil de creer, hay razones para creer.


Día 5 de marzo de 2012. A primera vista, un día corriente y rutinario en la vida de una estudiante como yo. Y del dueño del bar de la esquina. Y del taxista que siempre te saluda. Y del niño que está deseando llegar al colegio a jugar. Un día cualquiera.
Entre legañas y bostezos, he llegado al metro como todas las mañanas para dirigirme a la Universidad, cuando al abrir el periódico "Qué" que me dan en la boca del metro, algo me ha despertado, dejándome lejos de las musarañas. El periódico incluía un suplemento titulado "Razones para creer".En Tuenti, Twitter y otras redes sociales ya había leído algo sobre el hashtag #razonesparacreer  promovido por CocaCola, aunque nunca supe muy bien de que trataba el asunto.
Al comenzar la lectura, no he podido quedar más asombrada y encantada. El anciano sentado frente a mí en el metro ha tenido que pensar que estaba loca: tan sólo las 8 de la mañana y yo sonriendo como una tonta.
En él se contaban miles de historias sobre personas que dedican su vida a ayudar a los demás de forma desinteresada. Parece algo propio de cuentos y utopías, y más aún en el descontrolado y caprichoso mundo en el que vivimos. Sin embargo, todo es absolutamente cierto.

 Desde un dentista que todos los años cierra su clínica dos semanas para viajar a África y ofrecer allí sus servicios gratuitamente (en países del tercer mundo, las personas mueren por tener desastrosos problemas bucales que en nuestro país solucionamos de forma rutinaria), hasta una peluquera que peina, maquilla y aconseja a parados que se disponen a acudir a una entrevista de trabajo (gratis, sí).
Un grupo de médicos abre un bar ("Turkana") cuyos beneficios van destinados a actividades como crear un club de fútbol para niños sin recursos. Una madre coraje consigue recaudar el dinero necesario para operar a su hijo. Una universitaria prepara todas las semanas actividades para ancianos y personas con problemas psíquicos. Y así, cientos de historias más, cientos de razones para creer.

Ante esta iniciativa (que a mí me parece estupenda), no han tardado en llover las críticas (sin ni siquiera tomarse la molestia de informarse). "No os creáis nada, #razonesparacreer es simplemente una estrategia de marketing de CocaCola para incrementar sus ventas". No cabe duda que es una estrategia de marketing: toda empresa tiene que luchar e innovar para incrementar sus beneficios. Pero, ¿acaso eso es malo? Mientras algunas empresas acrecentan sus beneficios explotando a sus trabajadores (no me meto en la política de CocaCola respecto a eso, la desconozco y no me pagan por ser su defensora), en este caso se ha realizado mediante la difusión de mensajes de esperanza, mostrando a la sociedad encantadoras historias reales. En una etapa en la que vivimos, en la que la crisis asfixia a millones de personas y les hace caer en la desesperanza, nos parece imposible pensar que no todo está perdido, lo que hace que nos hundamos todavía más en la tristeza, la desesperación y el pesimismo. Y ya hablando en términos periodísticos, creo que tenemos el deber de difundir estos casos de gente que ofrece su tiempo y dedicación a otros, que lucha por constituir un mundo mejor. No todo es de color negro, la realidad no es tan maligna, y nuestro deber es mostrar la realidad tal como es, también sus partes buenas.





Y sé que mucha gente me dirá: "Es fácil hablar de esa manera tan optimista, pero pregúntale a los mendigos de la calle, a las mujeres maltratadas, a los niños tercermundistas..."Por suerte, he nacido en el seno de una familia que me quiere, en una vivienda con agua potable y caliente, y dispongo de algo que cenar todos los días. Por eso, me resulta más sencillo intentar ver las cosas buenas de la vida que a personas que viven en condiciones paupérrimas. Pero, ¿sabéis qué? No me lo tomaré como una crítica. Precisamente por eso, porque de momento tengo fuerza y entusiasmo por vivir, me dedicaré con más ganas a difundir mensajes de optimismo y a intentar ayudar en la medida que pueda al mundo. Y los pesimistas que tratan de buscarle los tres pies al gato, el ingrediente malévolo a toda iniciativa, que nos califican a los optimistas de utópicos: no solucionáis nada. Permanecéis estáticos. ¿De qué os sirve? Criticar, criticar y criticar al mundo. Vivir huraños y malhumorados. Despertad ya de ese letargo, intentad ayudar en lo que podáis, desde gestos tan pequeños como jugar con vuestros hermanos, dedicarle una sonrisa a vuestra madre, decirle a una compañera que se ha levantado muy guapa o saludar alegremente a ese vecino serio. Son pequeños gestos que pueden hacer mucho. Si la vida se empeña en fastidiaros, llevadle la contraria. Os asombraréis de la respuesta.




La duración de la vida no la elegís, pero sí podéis decidir cómo vivirla.
¿Por qué no hacerlo bien?
¿Por qué no creer?

Piénsalo. No recuerdes sólo el paro, la pobreza, la violencia o el racismo. Piensa en el amor, en la tolerancia, en la amistad. Piensa en las parejas que acaban de comenzar, y no en las que rompen. Piensa en las lágrimas de alegría al recibir a un ser querido, y no en las que se derraman cuando alguien nos deja. Piensa en los perros que guían a sus ciegos amos, y no en los maltratados. Piensa en los niños que hacern felices a otros compartiendo sus juguetes, y no en el bullyng.
Y con esto, no digo que cerréis los ojos porque sea más cómodo no ver los problemas. No hay que dejarlos de lado, hay que solucionarlos luchando precisamente para que todo el mundo tenga la posibilidad de sonreír, como mínimo, 10 veces al día.



Firmado: Lidia.

viernes, 2 de marzo de 2012

Tengo una carta para Wert.


Señor José Ignacio Wert, ministro de Educación, Cultura y Deporte:

Buenas tardes. Mi nombre es Lidia y soy una ciudadana de España, dirigiéndome a usted para relatarle y explicarle mi preocupación respecto a ciertos temas que competen a mi país. Sé que estará sumamente ocupado, pero quizá encuentre unos momentos para dedicarlos a la lectura de esta carta, que creo que puede interesarle en gran medida.
No cabe duda de que usted es una auténtica figura mediática, un personaje que ha causado polémica y controversia. No le digo que eso sea malo, pues lo que está claro que usted no ha dejado indiferente desde su llegada al puesto de ministro de Educación, Cultura y Deporte. De hecho, me gustaría dejar claro que en estas líneas no voy a centrarme en su figura ni en sus problemas con ciertos sectores de la sociedad. Simplemente me dedicaré a ofrecerle mi punto de vista sobre una serie de cuestiones actuales que afectan a España en estos críticos momentos de crisis e intentar hacerle reflexionar sobre temas que me parecen bastante relevantes para todo habitante de este país, incluido usted.

En primer lugar, me gustaría realizarle una pregunta. ¿Qué cree usted que piensan los extranjeros al escuchar la mención de España? Y, ¿qué le gustaría que se les viniera a la cabeza?
Sí, me refiero a la imagen de España, pero no tanto la imagen actual de país en crisis y casa de abismales cifras de parados, sino la imagen cultural, enigmática y simbólica de nuestro país.
Le diré algo que creo que le va a alegrar: los toros. La tauromaquia es para algunos un arte, mientras que sus opositores engalanan el vocablo con adjetivos como "macabra", "horrorosa" y "salvaje". Mi opinión se sitúa, podríamos decir, "en la mitad del riachuelo". Ni me parece algo digno de ser alabado, ni soy tan extremista como los que la rechazan. Eso sí, he de decir que mi punto de vista es más cercano a estos últimos. Le podría enunciar cientos de argumentos en contra de la tauromaquia, pero supongo que los habrá oído miles, millones y billones de veces. Sin embargo, a diferencia de usted, no me siento demasiado orgullosa de que cada vez que deje atrás la frontera española, los extranjeros me identifiquen con un "deporte" que ni comparto ni aprecio, sino que me parece más tortura que otra cosa. El toreo es una cosa, pero la muerte que sufren los toros es otra bien distinta. Aun así, le repito: no le escribo para hablarle de mis gustos, sino que tengo otro fin.
Como bien he podido comprobar con algunas declaraciones sobre los toros, usted se incluye en el primer grupo de personas, en la "bolsa" de los amantes de esta práctica (o al menos no la observa con disgusto). La verdad, entiendo que sienta cierta simpatía hacia ella. Al fin y al cabo, usted y la tauromaquia tienen más cosas en común de lo que cree: ninguno de los dos deja indiferente. Y ambos son como una bomba que, cuando explota, genera todo un estallido de críticas, ya sean para favorables o contrarias. Sin embargo, antes de continuar me gustaría dejar clara una cosa: respeto profundamente tanto a los que la defienden como a los opositores, pero sólo a aquellos que lo hagan porque realmente lo crean y lo sientan así. Hay personas que muestran su rechazo hacia la tauromaquia por el palpable sufrimiento de los animales, pero creo que otras personas (como los independentistas) se aferran a cualquier cosa que pueda ir en contra del símbolo de España (que, muy a mi pesar, tiene mucho que ver precisamente con los toros). Atacando a este símbolo, se pueden intentar conseguir toda clase de fines políticos. Como breve ejemplo cito a Cataluña, dónde muchos habitantes manifestaron a gritos su rechazo hasta conseguir la prohibición de dicho "deporte". Sin embargo, no olvidemos que sigue vigente la todavía más degrimante práctica del "toro embolado". Y en otros muchos lugares otras torturas animales como las peleas de gallos. Por tanto, sólo quiero decir que se debe luchar por una causa por la que se crea de verdad, siendo coherente con lo que se dice, piensa y prohíbe.
Tras esta aclaración que creía necesaria, me referiré concretamente a los recientes sucesos que han puesto de nuevo sobre la mesa el debate taurino. Usted ha proclamado a los cuatro (y cinco) vientos su opinión sobre la tauromaquia, y ha decidido que se debe invertir en ella. Y es este punto en el que discrepo totalmente con su pensamiento. Hay que invertir en cultura pero, ¿son los toros cultura? Yo no lo creo así. Respeto a los que adoran los ruedos, pero no concibo que se le llame cultura. Espectáculo, sí. Para algunos un heroico espectáculo, mientras que para otros, macabro. Pero espectáculo al fin y al cabo. Y usted debe encargarse de contribuir a engrandecer la cultura española, no el espectáculo. Usted no debería imponer este espectáculo a todos los españoles, pues puede que quizá no todos deseemos que se financie con nuestro dinero ni que los extranjeros "nos metan en el mismo saco" a todos. Por contra, no creo que cualquier persona que ame la cultura rechace la idea de invertir ese dinero en museos o bibliotecas. ¿O acaso usted duda de que los libros y el arte sean cultura? Creo que en eso no hay divergencia de opiniones. Y creo que debería replantearse esa idea. Usted dice que el toreo es un arte, pero yo le digo que lo son el barroco o el impresionismo. Yo le digo que para la formación cultural de cualquier ciudadano es más provechoso alimentarse de las líneas de Cervantes y ver cara a cara un cuadro de Tiziano. Los propios museos mostraron recientemente su necesidad de financiación, llegando a recurrir a manos privadas. ¿No debería el Gobierno ser el encargado de garantizar que la cultura española subsista y no se degrade? ¿No le parece que debemos cuidar el museo que ha engendrado una copia de una de las imágenes más icónicas de la Historia, la "Giocconda" de Da Vinci?
En mi opinión, creo que usted debería dejar de lidiar contra los opositores del mundo taurino y ocuparse de sus obligaciones: invertir en cultura, cuidar la cultura y ofrecer la cultura para todos.
Y, la verdad, adentrándome en el debate sobre la "nación española", como ciudadana de mi país me gustaría que cada vez que viaje y diga el lugar de dónde vengo, se identifique a mi hogar con la cuna de Velázquez y Goya, y no con un paisaje de ruedos ensangrentados.

Por último, y permanenciendo en la temática que le compete (la cultura), me gustaría hablarle sobre un último tema antes de nuestra despedida. Justamente ayer entró en vigor la "ley Sinde Wert" que tantos halagos y críticas negativas ha despertado. Con el cierre de Megaupload se abrió otro interesante debate sobre la cultura libre en Internet, por lo que no pretendo extenderme demasiado pues mi opinión es la misma referente a ambos temas. Usted justifica la censura (pues no tiene otro nombre) de contenidos por favorecer a la innovación de los artistas y creadores de cultura. Pero creo que no le ha quedado un concepto claro: la cultura es de todos. Por mucho que intente negarlo, la cultura es un producto, un producto que debe estar al alcance y disfrute de todas las personas que se alimentan de ese producto llamado "cultura". La cultura es libre desde el momento en que se crea pues, ¿si no para qué se elabora? Como vivimos en el "Universo 2.0", la difusión de la cultura es todavía más sencilla y fácil de llevar a cabo, y que estos contenidos se difundan masivamente no es más que una ventaja. Si usted no permite que estos contenidos permanezcan en la red con la excusa de favorecer la propiedad intelectual, no está haciendo más que alejar la cultura de la sociedad, permitiendo su disfrute sólo a los más pudientes en detrimento del resto de las personas. La cultura ha de ser vista como un bien que debe ser compartido. Cultura es desde unas líneas de la pluma de Larra hasta la entrada en Facebook de alguien al que le gusta escribir. Y, para garantizar su subsistencia y éxito, no hay que guardarla en botes de conserva para siempre, aislada del mundo, sino mostrarla y permitir que todos se empapen de ella.

Creo que he dejado claras las ideas que más me interesaba que usted considerara, y me gustaría que reflexionara sobre ello dejando a un lado todo tipo de tinte ideológico. No piense como político, piense como persona. Piense sobre las necesidades de su país, sobre lo favorable que resulta una extensión para todos del conocimiento y una imagen de España que destaque la labor de artistas y científicos que se han esforzado por contribuir en labrar su país. Busque unos minutos entre sus informes y comparecencias ante la prensa, y dedíquese a pensar. Y no por mí ni por usted, sino por España.



Firmado: Lidia.